Monica Seles
Desde las pistas de tierra batida en Roland Garros hasta las canchas duras del Abierto de Australia, Monica Seles construyó una trayectoria que trascendió el tenis. Con un estilo único, basado en golpes a dos manos y una intensidad poco común, se convirtió en una de las figuras más dominantes de principios de los años noventa. Su carrera, marcada por títulos, rivalidades memorables y un regreso conmovedor tras la adversidad, es la historia de una pasión que nunca se apagó.
El inicio de una vocación
Monica Seles nació en Novi Sad, entonces parte de Yugoslavia, y desde muy pequeña su vida giró en torno a una raqueta. Su padre, Karolj Seles, no solo fue su primer entrenador, sino también el creador de los ejercicios y rutinas que moldearon su estilo distintivo: golpes potentes con ambas manos en ambos lados de la pista. Esta técnica, poco común, le permitió desarrollar un control preciso y una potencia que desde temprana edad la diferenciaron del resto. A los 13 años se trasladó a Estados Unidos para entrenar en la academia de Nick Bollettieri, un paso que marcaría el inicio de su carrera profesional.
El salto a la élite
Su debut en el circuito profesional en 1989 fue el inicio de una carrera meteórica. En apenas dos años ya había conquistado su primer título de Grand Slam en Roland Garros, a los 16 años, convirtiéndose en la campeona más joven del torneo en ese momento. La pasión con la que afrontaba cada punto, combinada con su agresividad táctica, la llevó a dominar el circuito femenino a principios de los noventa. Entre 1991 y 1993, conquistó ocho títulos de Grand Slam y se estableció como la número uno del mundo, superando a rivales legendarias como Steffi Graf.
La resiliencia ante la adversidad
En 1993, durante un partido en Hamburgo, sufrió un ataque que conmocionó al mundo del tenis. Un espectador la apuñaló en la espalda, lo que la obligó a abandonar las canchas durante más de dos años. Más allá del dolor físico, el impacto psicológico fue profundo. Sin embargo, su regreso en 1995 evidenció una fortaleza interior admirable. Ganó el Abierto de Australia en 1996, demostrando que su amor por el tenis superaba cualquier obstáculo.
Una carrera marcada por la pasión
Más allá de los títulos, la carrera de Seles se definió por su estilo combativo y su entrega en la pista. Su manera de gritar al golpear la pelota, sus desplazamientos agresivos y su capacidad para mantener la intensidad en partidos largos reflejaban una conexión emocional con el juego que iba más allá de la técnica. Su pasión no solo se traducía en victorias, sino en la inspiración que transmitía a jóvenes deportistas de todo el mundo.
Influencia en su vida personal
La intensidad con la que vivió el tenis también se reflejó en su vida fuera de las canchas. Tras su retiro oficial en 2008, Seles dedicó tiempo a proyectos relacionados con la salud mental y la superación personal, compartiendo su experiencia en conferencias y en su autobiografía Getting a Grip. En este libro, relató cómo el tenis le dio disciplina y propósito, pero también cómo aprendió a encontrar equilibrio en su vida después de la competición.
Legado en el deporte
Monica Seles dejó un legado que va más allá de sus nueve títulos de Grand Slam. Su estilo de juego influyó en generaciones posteriores, y su valentía al volver después de un ataque traumático sigue siendo un ejemplo de resiliencia. Además, su imagen como competidora apasionada la convirtió en una figura respetada dentro y fuera del deporte.
Pasión como motor de vida
La historia de Seles demuestra que la pasión no solo impulsa el rendimiento deportivo, sino que también da sentido y dirección en los momentos más difíciles. Desde sus primeros entrenamientos con su padre hasta su retiro, cada etapa de su vida estuvo marcada por un compromiso absoluto con aquello que amaba. Ese vínculo profundo con el tenis no se rompió al dejar de competir: sigue presente en su labor como mentora y en su defensa del deporte como herramienta de desarrollo personal.