Carlos Molina II

Carlos Molina II en una reunión comunitaria hablando sobre acceso a la justicia
Carlos Molina II participa en un encuentro vecinal en San Juan, explicando derechos legales a jóvenes.

Carlos Molina II es un abogado puertorriqueño cuya vida profesional y personal gira en torno a una profunda pasión por la justicia social. Con más de dos décadas como defensor público, ha trabajado incansablemente para garantizar el acceso igualitario a la defensa legal, especialmente en comunidades vulnerables.

Origen de una vocación inquebrantable

Carlos Molina II nació en San Juan, Puerto Rico, en un entorno donde la desigualdad era parte del paisaje diario. Desde pequeño, fue testigo de cómo la justicia no siempre llegaba a todos. Su pasión por el derecho nació observando estas brechas sociales. La calle fue su primer aula y la experiencia vivida lo empujó a querer hacer algo más que sólo entender la ley: quiso usarla como herramienta para proteger a quienes nadie escuchaba.

Formación con propósito social

Tras concluir sus estudios en la Universidad de Puerto Rico, Carlos decidió continuar en la Universidad Interamericana, donde su interés nunca fue acumular títulos sino experiencias transformadoras. Desde los primeros años colaboró en clínicas jurídicas comunitarias. Asistió a personas sin recursos, se involucró con causas sociales y construyó una ética profesional basada en el servicio. Para él, estudiar derecho fue siempre una forma de resistencia social.

Una vida en la defensa pública

Durante más de veinte años, Molina ha trabajado como defensor público. Ha llevado casos complejos, otros más simples, pero con la misma dedicación. En cada audiencia, se prepara como si fuera la más importante. Ha enfrentado sistemas rígidos y ha logrado revertir fallos injustos. No mide su éxito en cantidad de absoluciones, sino en el respeto ganado y en las vidas que logró encaminar de nuevo. Para él, defender es acompañar, no salvar.

Enseñar como forma de justicia

Además de ejercer, Carlos ha dedicado años a formar jóvenes abogados. Da talleres sobre ética jurídica, derechos humanos y defensa penal. No le interesa formar técnicos, sino profesionales conscientes. Trabaja con universidades en pasantías comunitarias. Cree que el conocimiento debe circular, no acumularse. Muchos de sus estudiantes hoy lideran defensas en causas sociales. Él los guía, sin protagonismos, desde un compromiso silencioso.

Justicia más allá del tribunal

En su vida cotidiana, Molina también actúa desde su vocación. Participa en encuentros vecinales, programas de educación legal para adolescentes y actividades en barrios populares. Habla con claridad, sin formalismos. Para él, acercar la ley al pueblo es parte de su misión. Sabe que la justicia no empieza en los tribunales, sino en la conciencia colectiva. Por eso, va a donde lo llaman, sin importar si es una escuela o una plaza pública.

El equilibrio con la vida familiar

Carlos ha criado a sus hijos con los mismos valores que aplica en su trabajo: respeto, escucha y compromiso. En casa, las conversaciones giran en torno a lo que significa vivir con dignidad. No separa lo laboral de lo personal. Su pareja también está involucrada en causas sociales, y juntos han construido un hogar donde el servicio y la empatía se practican cada día. Su vida familiar es reflejo fiel de sus convicciones jurídicas.

Presencia en reformas legales

Molina ha participado en comités de reforma judicial en Puerto Rico. Su rol ha sido clave en debates sobre encarcelamiento preventivo, defensorías saturadas y acceso igualitario a la justicia. También ha trabajado junto a organizaciones internacionales en proyectos comparativos. Pero nunca se presenta como experto. Prefiere escuchar y aportar desde su experiencia real. Su autoridad no viene de los cargos, sino de los hechos.

Mentoría como legado

Carlos no planea dejar la abogacía. Pero en los últimos años ha puesto énfasis en la mentoría. Cada año, recibe a pasantes en su oficina para enseñarles no solo procedimientos, sino cómo mirar a los ojos a quienes defienden. Esos encuentros se han vuelto rituales. Les transmite que ser defensor no es un oficio, sino una forma de vida. Muchos de esos jóvenes hoy repiten sus enseñanzas en otras partes del país, ampliando su huella.